Vacío Perfecto

Un poco acerca de nada

La Venganza del Libro

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Hacia el año 300 de nuestra era se produjo una revolución tecnológica importante: los rollos continuos de pergamino (llamados volúmenes) dieron paso a un nuevo formato: el códice. Se pasaba de un formato continuo, a un formato fraccionado, en el que la información se dividía en páginas de tamaño fijo.

Había nacido el libro como tradicionalmente lo conocemos.

Durante los siguientes 1700 años, nuestra cultura se ha acostumbrado a este formato cerrado: un tamaño fijo en dos dimensiones, una determinada cantidad máxima de información por página y un número variable de páginas. De ese modo, la información se hacía digerible. Se creaba un contexto, unos límites al esfuerzo necesario para el aprendizaje.

El transcurrir de los siglos vio la aparición de otras novedades tecnológicas relacionadas con la transmisión de la información: aparecieron los índices y las tablas de contenido, para facilitar la búsqueda de la información. Las ilustraciones para transmitir conceptos difíciles de describir. En el siglo XV Johanes Gutenberg, con el invento de la imprenta de tipos móviles, democratizó el acceso al libro abaratando su producción en serie. Posteriormente las fotografías, que no fueron sino un mero refinado de las miniaturas amanuenses del medievo, añadieron una nueva riqueza cognoscitiva a nuestros libros.

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Pero todo eso eran mejoras incrementales a la idea original: el libro, como elemento físico para contener y transmitir la información, con unos límites marcados, con unas dimensiones comparables con nuestras manos. Es decir, la información humanizada y solidificada en los libros.

Avanzamos rápidamente al siglo pasado. En los años 80 del siglo XX, en el CERN tenían un serio problema: conectar todas las referencias cruzadas que aparecían en las distintas publicaciones científicas que generaban casi de forma continua. Buscar en los índices del Physical Review Letters es pasionante cuando eres un estudiante en tu licenciatura, pero cuando día a día, para desarrollar tu post-doc o directamente tu trabajo de investigación, necesitas hacerlo, la cosa se convierte en un verdadero coñazo.

Así, que un perezoso investigador, hizo lo que mejor suelen hacer las mentes ágiles y perezosas: resolver el problema, para no tener que trabajar más en él. Y de ese modo Tim Berners-Lee creaba un nuevo formato: el hipertexto.

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Con lo que posteriormente pasó a ser el HTML y toda la infraestructura que hoy en día soporta la World Wide Web, parecía que se había puesto fin a casi dos mil años de predominio del libro como contenedor de información. En la web no existen los límites físicos, no existe el formato de tamaño delimitado. Nada tiene tamaño fijo, todo está entrelazado.

¿Necesitas aclarar un concepto? Ya no es necesario poner una nota al pie o una referencia a otra publicación al final del trabajo, un simple hiperenlace embebido en el documento es todo lo que necesitas.

¿El texto es más grande de lo previsto? No hay problema, las páginas web son ilimitadas, tienes las barras de scroll para moverte por ellas… retornando al rollo continuo y olvidándote del libro. De paso añade un par de columnas a los lados del texto principal con notas al margen, ideas complementarias, ayudas a la navegación, un índice de publicaciones anteriores, enlaces a sitios interesantes, anuncios!, claro que sí, moneticemos nuestro trabajo, vamos a poner anuncios. Y de vez en cuando, un gatito que son muy monos y le gustan a todo el mundo.

¿Quieres dar tu opinión sobre el texto? No hay problema, aquí tienes los comentarios. Y ya puestos, los agregadores y sus foros asociados para poder montar una conversación en torno al texto. Y en torno a los comentarios sobre el texto. Y ya que creamos el foro, pongamos unas barras laterales de ayuda. Y con anuncios. Y con gatitos.

Un momento… ¿no era el hipertexto de Berners-Lee un modo de simplificar el acceso a la información relacionada entre sí? ¿Como hemos podido llegar a esta situación?.

Alguien debió pensar que ya estaba bien de perder el tiempo accediendo a la información y así nació el RSS y los agregadores.

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Desaparecían todas las barras laterales, todos los gatitos, todos los comentarios y me quedaba de nuevo con el texto. Los programas creados para leer estos RSS empezaron a formatear los textos con un estilo sospechosamente familiar. Texto con alguna imagen embebida. Empezaron a cuidar la tipografía. De nuevo nos encontrábamos con un paradigma familiar: porciones de información textual mas o menos acotada y limitada a páginas (las entradas individuales que vienen en los RSS). La única diferencia es que ahora cada página puede tener una longitud diferente.

Pero el primer paso estaba dado. La cacofonía de la web colorista y desestucturada daba paso a un conjunto de páginas de tamaño limitado (aunque variable), formateadas del mismo modo para formar un todo uniforme: mi conjunto de entradas RSS. Compuestas en algo muy parecido a un libro. O si lo prefieres, a un periódico, por aquello de su variación diaria.

¿Y los comentarios? Bueno, recientemente la parte social de la red había empezado a despegarse de los textos. Hace unos años, en los blogs había entradas para los comentarios. Posteriormente se crearon agregadores como Meneame donde se publicaban comentarios que apuntaban a los artículos en sí y no al revés.

En la actualidad, en la red dominada por Facebook y Twitter lo que importa es la conversación y desde ella se enlaza a las diferentes fuentes de información. De nuevo la cacofonía. Mensajes en Twitter y Facebook que enlazan a entradas en otras webs, que de nuevo nos llevan a las barras laterales, los anuncios, las animaciones flash… los gatitos.

Y de nuevo nuestras renacen nuestras costumbres atávicas, metidas en nuestro modo de proceder por diecisiete siglos de ver libros: queremos simplificar la experiencia. Y sobre todo, queremos materializarla. Hacerla de nuevo humana. Poder tocar la información.

El paso al mundo físico comenzó hace ya algunos años. Primero con los lectores electrónicos de ebooks: La información digital, dejaba de ser algo que se consumía sentado delante del ordenador, para ser algo que se consumía en un libro electrónico, sorprendentemente similar en proporciones a los libros analógicos.

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Más recientemente, productos como el iPad han supuesto un pequeño avance incremental sobre el concepto del ebook: se añade color, se añade conexión permanente. Pero eso son menudencias, es como el paso de la biblia con miniaturas copiada a mano en la abadía Cistenciese al último catálogo de Louis Vuitton impreso a cuatro tintas sobre papel de 200gr.

Sin embargo, la unión del formato físico palpable y el deseo de evadirse de la sobrecarga informativa que supone el acceso a la web ha dado lugar a un movimiento curioso.

Primero fueron los lectores de RSS. Posteriormente aparecieron los servicios del estilo de ReadItLater o Instapaper que nos ayudan a optimizar nuestro tiempo durante la conversación: Estoy en Twitter y veo que me pasan un enlace a algo que parece interesante, pero que ahora no voy a consumir. Así que lo mando a uno de estos dos servicios que lo formatean de nuevo, simplificándolo, acercándolo al libro y me lo guardan para cuando tenga tiempo de leer.

El caso de Instapaper sobre el iPad lleva aún la analogía un poco más lejos. Elimina las barras de scroll, el volumen continuo en el que se había convertido de nuevo la información y organiza el contenido en páginas de tamaño fijo. Dos mil años para pasar del rollo continuo de papiro al libro impreso con páginas finitas, a la página web continua y virtual, a los sistemas de agregación de contenido y finalmente a la página finita, con su presencia física. En mis manos.

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Y ayer se produjo la última evolución (hasta el momento) en este concepto con el lanzamiento de la aplicación Flipboard para el iPad.

Ya no es necesario que navegue por la conversación y decida que almaceno o no para leer luego. Los servidores de Flipboard se encargan de ello. Y en lugar de navegar por un montón de mensajes desde los que se apunta a la información que cada uno de mis contactos considera oportuna, lo que obtengo al acceder mediante este programa es de nuevo una publicación tradicional. Entendiendo por tradicional el formato fijo. La página delimitada. Los artículos de extensión contenida. Bien es cierto que un simple toque sobre cualquiera de ellos me permite verlo en toda su extensión. O acceder a la información original.

Sus servidores se encargan de ver si los mensajes publicados por mis contactos contienen enlaces a imágenes o artículos y si es así, directamente componen un documento con ese contenido.

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Lo importante de todo este cambio de paradigma es que el acceso directo, el primordial, es mediante un libro. Sí, un libro electrónico, pero un libro al fin y al cabo. Un dispositivo que mantengo en mis manos y en el que voy pasando páginas una a una, accediendo a un nuevo trocito de información. Nuestro viejo amigo, de menos de un kilo de peso, con su tamaño de entre 1.5x y 2.0x veces el tamaño de nuestras propias manos. En la actualidad con contenidos vivos, cambiantes continuamente y que llegan a mis manos en fracciones de segundo desde el otro lado del planeta. Pero el acceso es primordialmente el mismo.

Ayer Flipboard supuso una revolución en Internet, cuando curiosamente lo único que hizo fue traer el libro a las redes sociales. Y es que el ser humano es un animal de costumbres y casi veinte siglos son muchos para olvidarlos en unas décadas.

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